


La delimitación conceptual sobre el término “institución” y la poca probabilidad de llegar a un acuerdo sobre lo que significa, no limita la importancia que ellas tienen en una sociedad, más aún cuando estamos inmersas en ellas y facilitan o perjudican el funcionamiento del mismo Estado.
Las instituciones enmarcan las reglas sobre las cuales se mueven las sociedades, su diseño es dado por la misma interacción humana y pueden formalizarse o ser informales, sin ser una más importante que la otra. Las instituciones sociales son creadas por el hombre, aunque no siempre de manera voluntaria ni consciente, pero históricamente se enfatiza como una herencia histórica de la humanidad, que se debe trasmitir de generación en generación y que permite la solidez de una nación, al involucrar también las costumbres y las normas éticas no escritas, representadas en la cultura de la sociedad y trasmitida de manera generacional.
Las instituciones no sólo buscan interpretar de manera formal las acciones que persigue la sociedad, sino que se espera que obtengan un resultado colectivamente racional y eficiente en beneficio de esa misma sociedad que las creo. Al igual que la famosa mano invisible de Adam Smith que coordina las acciones individuales dentro del mercado, las instituciones afectan los incentivos de las personas en su toma de decisiones, tal como la cultura trasciende la sociedad; pero la invisibilidad no garantiza un resultado colectivo, se requiere una mano visible que se refleja en unas apropiadas instituciones formales y que cuenten con liderazgos suficientemente fuertes para generar credibilidad.
El adecuado orden social requiere una articulación de instituciones diversas que logren combinar el reflejo de la identidad colectiva de la sociedad con lo que es socialmente concebido para ella como Estado y mercado. Dicha concepción sobre el Estado presenta grandes transformaciones históricas y geográficas, al observarlas, se evidencia la trascendencia que han tenido las instituciones que han existido o aún existen bajo fundamentos filosóficos sobre el mercado, la dimensión del trabajo, la formación del capital, las teorías de utilidad, las necesidades humanas, la planificación y especialmente la intervención del Estado en el mercado; esto último con gran trascendencia frente a las instituciones que la sociedad requiere, su conformación, su tamaño y la articulación apropiada para la obtención de un beneficio colectivo.
Más allá de detallar los momentos históricos, es importante resaltar en ellos, que la violencia no es un hecho natural, sino un hecho cultural, que remite obligatoriamente al sistema en el cual se encuentra inscrito y ello, necesariamente, lleva a ver al Estado y la manera en que sus instituciones han incidido en la transformación social. Por ejemplo, los historiadores muestran cómo el momento colonial es presentado no como un comienzo en Latinoamérica sino como una ruptura violenta que desconoció e ignoró la diversidad cultural aborigen existente y sobre la cual la Corona implanto una institucionalidad que comenzó por una nueva lengua, seguida por una religión y una forma de comportarse de manera “cívica”. Esos mecanismos institucionales en lugar de articular generaron una inclusión-exclusión como instrumentos de control social donde aquellos que no estaban dentro de la nueva institucionalidad eran excluidos, pero el momento republicano aparece. La transición sufrida de considerar al Estado y sus instituciones como de origen divino, es reemplazado por “democracias” donde la legitimidad la da el pueblo, quien debía verse representado en la institucionalidad formal del Estado, aunque ello implicará alejarse aún más de las culturas locales y sus instituciones sociales informales, se consagraba el Estado como la expresión de la voluntad popular y desde allí se debía crear la identidad nacional, lo que lleva a considerar que cada institución creada, cada acción realizada o cada omisión que se hace, tiene su legitimidad atribuible al mismo pueblo.
Sin embargo, ese ideal no es real, incluso ahora, por ello, la desilusión amarga de no sentirse representado por las instituciones que conforman el Estado desato un sin número de guerras civiles a lo largo de América, donde se cuestionan abiertamente las instituciones y la exclusión que ellas ejercen, incluso actualmente existen innumerables protestas en varios países. Un ejemplo histórico muestra como en América Latina el analfabetismo fue predominante al entrar el siglo XX, existía el dominio del catolicismo en esta región, la desarticulación de las mismas instituciones hicieron que no cumpliera un papel alfabetizador, debido a que para trabajar no había la necesidad de leer, y para hablar con Dios tampoco, porque para eso estaba el clero como intermediario institucional; en contraste con las sociedades anglosajonas, donde la alfabetización también estuvo vinculada a una institución social religiosa, pero del protestantismo, la cual articulaba bajo el concepto cultural que consistía en que el hombre debía comunicarse (la lengua como institución) con Dios y la mejor forma de hacerlo era leyendo un libro. La articulación de instituciones frente a la alfabetización tuvo consecuencias muy diferentes, mientras que, en los países nórdicos, dominados por el protestantismo, el papel articulador de las instituciones sociales como la religión, la lengua, la escuela y la familia, llevaron a que a finales del siglo XIX una inmensa mayoría supiera leer y escribir; en Latinoamérica era un privilegio exclusivo de la elite formada.
Ahora bien, al mirar el hoy, se observa como la institucionalidad se encuentra excluyendo, más allá de un gobierno, hay una desarticulación de las instituciones que se ha mantenido y aumentado a lo largo de la historia, hemos concebido un Estado con ciudadanos que discriminan en busca solo del Estado benefactor pero que omiten sus deberes frente a ese mismo Estado, teniendo la concepción de un Estado que sólo debe darnos derechos sociales, no solo como opciones individuales sino como obligación estatal, asignándole legitimidad, presupuesto e instituciones formales que tienen el compromiso de llegar a la mayoría de ciudadanos posibles y si no se da existen protestas. Ello ha llevado a un Estado activo que se alimenta de ideologías como el socialismo y el keynesianismo, en la que se asume la relevancia económica, social y cultural del Estado como benefactor de todos.
Sin embargo, ese desequilibrio institucional de un Estado benefactor basado solo en el reclamo de derecho ha generado semillas de exclusión, debido a que casi siempre la articulación ha sido impuesta desde el centro de los países y su construcción se hace de arriba hacia abajo, es decir, como mandato. Unas instituciones en un Estado benefactor entrarán en crisis en la medida que los recursos escasean, los tributos no alcanzan a soportar los gastos estatales, las deudas públicas colapsan las economías y la globalización ejerza la presión de la competencia internacional; llevando a reflejar ineficiencia del gasto social por parte de las instituciones y evidenciará una realidad de sentido común, los porcentajes de los presupuestos nacionales no son infinitos para suplir las demandas múltiples de sus ciudadanos; lo vivimos de forma cercana en Colombia, se cayó un proyecto de reforma tributaria que buscaba recaudar $24 billones para suplir demanda sociales, pero las peticiones del Comité Nacional del Paro tiene demandas por $81,5 billones.
El cambio del concepto de Estado, sus áreas de intervención, la definición del papel de las instituciones en la sociedad, y los propósitos que cumplen las mismas de manera articulada o no, dan una idea central sencilla: al Estado no le corresponde estar inmerso de manera directa en las instituciones sino asegurar que ellas funcionen con calidad, eficiencia, autonomía, equidad, participación y libertad. Para lograr ello, el Estado debe definir prioridades sectoriales por medio de mecanismos de participación, concentrarse en la obtención de resultados y compensar a los grupos socialmente vulnerables.
Es el momento de buscar la articulación institucional necesaria que tenga coherencia para funcionar, bajo los mismos principios de libertad, que se deben aplicar a la política, a la economía y a la sociedad; por esto, es clave entender que la riqueza no sale de la rigidez institucional del Estado, sino de la flexibilidad y autonomía de las instituciones. La falta de coherencia entre los principios fundantes de las instituciones frente a su actuar, erosionan los vínculos sociales generando las denominadas sociedades liquidas, como expresión al debilitamiento de las relaciones entre los sujetos, la disolución de la sociabilidad y el debilitamiento de la solidaridad. Pero ante esa nueva realidad a la que se enfrentan las instituciones sociales vale la pena preguntarse ¿Es posible lograr una articulación de las instituciones dentro de la flexibilidad actual?, ¿Cuál es la manera óptima para manejar las sociedades liquidas?, y ¿es necesario mantener las instituciones tradicionales o deberíamos cambiarlas o abolirlas para estar a la vanguardia?
Las respuestas pueden ser tan diversas como autores y posiciones existentes en las diferentes disciplinas, acercarse en detalle a ellas generaría todo tipo de discusiones. Pero al tratar de contestar cada una de ellas, podemos afirmar como común denominador que la respuesta sería: SI en dos de las tres preguntas. SI se deben mantener las instituciones tradicionales, y SI es posible lograr una articulación dentro de la flexibilidad actual de manera óptima combinando las dos realidades: el mercado y las instituciones.
La articulación de las instituciones sociales es posible hacerla desde la cooperación entre ellas, bajo el condicionamiento que una no puede verse superior a la otra. Más que estar desvirtuando las posiciones contrarias, se debe ir hacia la articulación de las instituciones sociales en la medida que surja la cooperación, donde se ve al otro no como superior o inferior, sino como un par dentro de una relación horizontal, donde se pueden complementar en orden, facilitando un bienestar superior, bajo una interacción que valore al mercado como un aliado natural de las instituciones y no como un enemigo a vencer, así, la importancia de las instituciones sociales tomará mayor fuerza en la medida que se identifiquen como vitales y complementarias las unas con las otras, y no queramos destruir algo que permite el mismo sostenimiento de la sociedad.